sábado, 15 de octubre de 2016

Cálido

Cálido

Cálido son los abrazos  que envuelven  el alma
Cálido son los rayos del sol
Cálido son las emociones que te envuelve cada que algo increíble esta por suceder
Cálido es todo lo que me envuelve, menos el estar contigo


Porque el estar contigo me destroza el alma
Porque el estar contigo implica amarte y no ser correspondido
Porque el estar contigo implica vivir una agonía y, creo yo, no ser el merecedor de tal sufrimiento
Porque el estar contigo crea una ilusión de felicidad que me dura efímeros minutos y luego sólo tengo horas de sufrimiento donde me pregunto tantos por qué sin una respuesta


Cálido es verte sonreír                                                
Cálido es la sangre que brota de aquellas pequeñas cortaduras


Porque no soporto más el dolor
Porque soy un cobarde

                                                             

Cálido es decirte adiós

Azucena Mangenta

Azucena Magenta es un nombre ficticio de una chica; la chica era real. Era la novia de mi amigo Walo, él me la presento en nuestro segundo año de universidad.
Era alta, de cabello negro y corto; piel casi tan blanca como una azucena. Recuerdo que cuando la conocí me sonrió, adopto una actitud amable; pero no era de las niñas fresas que son las heroínas típicas de un anime, con sólo ser la novia de Walo sabía que era de las mías.
En ella encontré esa mejor amiga que nace en un billón. El tiempo en que estuvimos los tres juntos fue la época más feliz que puedo recordar.
Cada viernes después de clases iba junto a Walo a la facultad de Azucena Magenta e íbamos a recorrer la ciudad, casi y sin mentir con ellos dos aprendí cada rincón de donde vivía, visitamos ríos, pequeñas cafeterías olvidadas, salones de lectura que ni en mi vida imagine que pudiesen existir- y es que considero a los habitantes de mi ciudad, o al menos buena parte, inculta-. 
 Azucena Magenta siempre fumaba un cigarrillo y miraba a la nada; pensaba que era genial. Con ella Walo y yo eramos muy felices.

Felices fuimos los tres.

Un día  Azucena Magenta mancho su cigarro con sangre. Ese mismo día me entere de que el cáncer que le habían detectado hace un año atrás estaba haciendo de las suyas. Ese mismo día lloré con tanto miedo hacia la muerte e impotencia.

 Azucena Magenta  casi nunca hablaba de su enfermedad, no le daba importancia; para ella era como una gripe mal tratada que se aparecía para joderle el día.  Azucena Magenta me dijo que no luchaba contra su cáncer, según su filosofía pelear es tonto no hay ganadores, eso lo decía por sus padres, los cuales se quedaron sin dinero para costear su tratamiento,  Azucena Magenta se echo a su suerte, convivía con su enfermedad como si nada.
Pero entre Walo y yo sabíamos que se odiaba así misma, porque su enfermedad representaba un ancla y ella misma también lo era, sentía que nos arrastraba junto a ella.

 Azucena Magenta se mantuvo en pie siempre, nunca se llamo guerrera porque nunca peleo contra el cáncer. Decía que todos íbamos a morir un día, unos más rápido que otros. Sería tonto desperdiciar sus días encerrada en un hospital. Para eso cambio todo su ser, bueno más que cambiar proyecto lo que quería ser. Usar ropa de niñas rebeldes, fumar, viajar y todo un poco, me da risa que a pesar de eso nunca dejo de ser la niña bien que fue toda su vida. 

Nos confeso que Walo es su primer novio y yo su primera mejor amiga. Después de esa confesión los tres tomamos nuestros ahorros y recorrimos nuestro país o todo lo que se podía en el tiempo que nos disponía las vacaciones.

 Azucena Magenta era dos años mayor a nosotros, ella ya estaba por graduarse de su carrera. El día de su ceremonia volvió a salir sangre de su boca, manchando todo su vestido,  Azucena Magenta lloró avergonzada.

Los días posteriores a esos las cosas empeoraron. Su salud cayo de golpee. Walo se planteo continuar como siempre, yo también. Ahora cada viernes íbamos al hospital, si se encontraba estable salíamos sino le platicábamos de todo un poco hasta que nos botarán. 
Walo le pago todo, dejo la carrera para poder trabajar.  Azucena Magenta no decía nada.

Un día nos confeso que deseaba ser madre, pero hasta estas alturas del partido no podía, su cuerpo no tenía la fuerza. La única solución que vi fue la adopción; adoptaron una niña de ocho años, formo parte de la vida de Azucena Magenta  como si fuera su hija, la pequeña la amo. 

Salí un viernes muy tarde de clases y fui volando al hospital, vi a Walo llorar y a la pequeña también. No necesite preguntar. 

Azucena Magenta cerro sus ojos para siempre un dieciocho de febrero de mil novecientos noventa y siete. 

Desee con todo mi corazón que fuera una terrible pesadilla, pero mi deseo no se cumplió
.

Walo se hizo cargo de la pequeña, fue su nuevo pilar. Ambos vivían bien con el modesto salario.

Yo por mi parte continué.

Los viernes Walo me va a recoger a la facultad y recorremos toda la ciudad fumando un cigarro.

Ahora entiendo porque  Azucena Magenta los fumaba.

Callaban un poco el dolor.  

             

El tiempo nos odia

Tenía curiosidad por el “Tiempo”; cada que me encontraba rondando por el infinito él estaba viendo hacia un planeta en específico, lo contemplaba por horas y horas.

Tenía la curiosidad de saber porqué siempre miraba ese lugar.
Le pregunte a la Luna si sabía la razón para que el Tiempo pasara casi siempre observándola e ignorara al resto del universo. Ella me dijo que ahí vivía “Madre Naturaleza”, su eterno amor.
Desde la creación del todo y de la nada, el Tiempo rondaba por todo el cosmos, controlando todo a su antojo; desde el nacimiento de un planeta hasta la muerte prematura de una galaxia entera.
Nadie sabe en que momento el Tiempo llego a la Tierra, sólo se quedó ahí.  Pasaron días, meses y años, la apariencia de ese lugar cambio drásticamente de un lugar sombrío  a un sitio llamativo y lleno de un color verde. Había nacido ahí un ente que se hacia llamar Madre Naturaleza y que ella fue la creadora de todo lo que se veía ahí.
El Tiempo admiraba cada una de sus creaciones desde las cascadas hasta los océanos, desde las quebradas hasta las montañas.
Todo permanecía igual. Un día apareció el hombre, la máxima creación de la naturaleza.
No había un solo día en que Madre Naturaleza no pasará tiempo con este, admirándolo, cuidándolo y amándolo.
¿Y cómo no hacerlo? Si era su hijo.
Pero el Tiempo no entendía eso.
Comenzó a odiar.
A despreciar.
Y sin darse cuenta, a matar.
Comenzó a cortar el tiempo de vida de cada ser que fue creado en la tierra.
No existían excepciones.
Madre Naturaleza lloraba y desataba tormentas llenas de amargura.
 No entendía que pasaba, por más que se esforzaba en sus creaciones ellas perecían y ella no podía hacer nada más que contemplar en silencio cada efímera vida que creaba.
Acepto el hecho de que toda vida existen llegaría a su fin, por más que creara vidas en masas estas no la acompañarían en la eternidad.
El Tiempo jamás se arrepintió o eso es lo que dice. Nadie sabe lo que siente y parece que a nadie le importa.
Los humanos han hecho de todo para entender a la naturaleza y al tiempo, pero algo en ellos cambio. Comenzaron a destruir a la Naturaleza de la cual surgieron y a querer domesticar el Tiempo  quien les arrebataba todo sin dudarlo, quien sólo jugaba.
No sé si pasaron milenios desde que escuche esa historia.

Aún veo como el Tiempo contempla la Tierra y a la Naturaleza llorar amargamente.

viernes, 14 de octubre de 2016

Ligada a la muerte

Llevo un buen tiempo pensando en aquella, la muerte, pensaba en el suicidio.
Darle fin a mi vida por el simple hecho de no encontrarle sentido a esta, quiero darle fin para ver simplemente que hay más allá, al otro lado del jardín.
En varias ocasiones me plantee tirarme frente a un carro y dejar que me atropelle. Otras ocasiones tomar un cuchillo y cortar mi garganta.
La opción de atropellarme me parece la mejor entre tantas, parecería un accidente, uno muy desafortunado; pero nadie se enteraría de la loca idea que siempre me ronda en la cabeza.
La segunda opción suena un tanto dolorosa y dramática, pero a diferencia de cortarme las venas, pues, no sé, me hago la idea de que muero más rápido, cortando mis venas solo sentiría como mi vida se va de a poco.
En cualquier caso halló en cualquiera de ambas una pequeña cosita que me detiene.
Si dejo que me atropelle un carro o bus, el conductor quien es inocente sería culpado por mi cobardía de no quitarme la vida yo misma. Me parece algo injusto.

-¡Encargate de tus propias culpas!- es lo que pienso

Si me llegará a cortar la garganta lo haría en la comodidad de mi casa sólo que en esta no es mía, es de mis padres. Sería horrible que encontraran mi cadáver. Pero la razón de fuerza mayor es que mi cuerpo sea visto por mi madre, ella me a contado todas las cosas horribles que ha tenido que vivir; saben es alguien admirable pero es una lástima que ella a veces no lo vea y deje que las palabras de otro la hieran; cómo sea la cuestión creo que sería una de las peores cosas para esa adorable mujer, simplemente no puedo cuando pienso en ella llorando y preguntando un por qué de mi acción.

Fuera de todo eso las ganas de quitarme la vida vienen y van, en ocasiones me aburro y en otras me admiro.

Tal vez sea una idiota,

No lo sé.

Hay más cosas que podría señalar pero ya no las recuerdo. Quiero leer  mangas, así que por hoy esta idea vaga mía terminará aquí.

Pero tranquilo o tranquila no es como que si me vaya a suicidar y tú seas el o la testigo/a de como una joven cuenta su aterrador deseo de morir. Tampoco interpretes esto como un pedido de ayuda, no es nada de eso y tampoco lo intentes analizar porque perderías tiempo.

Es sólo una idea que ronda en mi cabeza de vez en vez.