Azucena Magenta es un nombre ficticio de una chica; la chica era real. Era la novia de mi amigo Walo, él me la presento en nuestro segundo año de universidad.
Era alta, de cabello negro y corto; piel casi tan blanca como una azucena. Recuerdo que cuando la conocí me sonrió, adopto una actitud amable; pero no era de las niñas fresas que son las heroínas típicas de un anime, con sólo ser la novia de Walo sabía que era de las mías.
En ella encontré esa mejor amiga que nace en un billón. El tiempo en que estuvimos los tres juntos fue la época más feliz que puedo recordar.
Cada viernes después de clases iba junto a Walo a la facultad de Azucena Magenta e íbamos a recorrer la ciudad, casi y sin mentir con ellos dos aprendí cada rincón de donde vivía, visitamos ríos, pequeñas cafeterías olvidadas, salones de lectura que ni en mi vida imagine que pudiesen existir- y es que considero a los habitantes de mi ciudad, o al menos buena parte, inculta-.
Azucena Magenta siempre fumaba un cigarrillo y miraba a la nada; pensaba que era genial. Con ella Walo y yo eramos muy felices.
Felices fuimos los tres.
Un día Azucena Magenta mancho su cigarro con sangre. Ese mismo día me entere de que el cáncer que le habían detectado hace un año atrás estaba haciendo de las suyas. Ese mismo día lloré con tanto miedo hacia la muerte e impotencia.
Azucena Magenta casi nunca hablaba de su enfermedad, no le daba importancia; para ella era como una gripe mal tratada que se aparecía para joderle el día. Azucena Magenta me dijo que no luchaba contra su cáncer, según su filosofía pelear es tonto no hay ganadores, eso lo decía por sus padres, los cuales se quedaron sin dinero para costear su tratamiento, Azucena Magenta se echo a su suerte, convivía con su enfermedad como si nada.
Pero entre Walo y yo sabíamos que se odiaba así misma, porque su enfermedad representaba un ancla y ella misma también lo era, sentía que nos arrastraba junto a ella.
Azucena Magenta se mantuvo en pie siempre, nunca se llamo guerrera porque nunca peleo contra el cáncer. Decía que todos íbamos a morir un día, unos más rápido que otros. Sería tonto desperdiciar sus días encerrada en un hospital. Para eso cambio todo su ser, bueno más que cambiar proyecto lo que quería ser. Usar ropa de niñas rebeldes, fumar, viajar y todo un poco, me da risa que a pesar de eso nunca dejo de ser la niña bien que fue toda su vida.
Nos confeso que Walo es su primer novio y yo su primera mejor amiga. Después de esa confesión los tres tomamos nuestros ahorros y recorrimos nuestro país o todo lo que se podía en el tiempo que nos disponía las vacaciones.
Azucena Magenta era dos años mayor a nosotros, ella ya estaba por graduarse de su carrera. El día de su ceremonia volvió a salir sangre de su boca, manchando todo su vestido, Azucena Magenta lloró avergonzada.
Los días posteriores a esos las cosas empeoraron. Su salud cayo de golpee. Walo se planteo continuar como siempre, yo también. Ahora cada viernes íbamos al hospital, si se encontraba estable salíamos sino le platicábamos de todo un poco hasta que nos botarán.
Walo le pago todo, dejo la carrera para poder trabajar. Azucena Magenta no decía nada.
Un día nos confeso que deseaba ser madre, pero hasta estas alturas del partido no podía, su cuerpo no tenía la fuerza. La única solución que vi fue la adopción; adoptaron una niña de ocho años, formo parte de la vida de Azucena Magenta como si fuera su hija, la pequeña la amo.
Salí un viernes muy tarde de clases y fui volando al hospital, vi a Walo llorar y a la pequeña también. No necesite preguntar.
Azucena Magenta cerro sus ojos para siempre un dieciocho de febrero de mil novecientos noventa y siete.
Desee con todo mi corazón que fuera una terrible pesadilla, pero mi deseo no se cumplió
.
Walo se hizo cargo de la pequeña, fue su nuevo pilar. Ambos vivían bien con el modesto salario.
Yo por mi parte continué.
Los viernes Walo me va a recoger a la facultad y recorremos toda la ciudad fumando un cigarro.
Ahora entiendo porque Azucena Magenta los fumaba.
Callaban un poco el dolor.
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